El número de deudores concursados alcanza los 210 y aumenta un 25% la tasa interanual. Este es el titular del INE en el tercer trimestre del 2007. ¿Podemos pensar que tres años después la nueva ley concursal se ha convertido en un instrumento útil para las empresas? ¿Demandan los empresarios este proceso o huyen despavoridos ante su sola mención? ¿Un estigma o una tabla de salvación? 1.- Las empresas llegan demasiado tarde a los concursos, cuando su viabilidad es imposible, cuando ya han agotado todas las posibilidades de refinanciación y sólo buscan evitar una responsabilidad mayor de los administradores. 2.- El proceso se torna caro, excesivamente lento y pesado. La mayoría de los actores sólo somos juristas que desconocemos la realidad empresarial, la dura ley de la competencia. Un entorno en que las decisiones o son ágiles o no son nada. 3.- Los administradores concursales tienen que realizar una labor ingente, con pocos medios y que raramente será retribuida. El turno de administradores concursales entre los abogados se ha convertido en un turno de oficio más, en el que muchos nos hemos apuntado sin haber abierto nunca la ley concursal. Antes eran “los de siempre”, mañana serán “lo que queden”. 4.- ¿Alguien ha visto una propuesta anticipada de convenio? ¿Alguien ha tramitado un convenio? Y lo que es peor ¿finaliza alguna liquidación?. Los mecanismos para la realización de bienes se complican excesivamente cuando son inmuebles pero desde el inicio sabemos que será imposible vender una maquinaria o el stock del almacén antes de que perezca. Ha pasado a la historia lo de financiarse contra Hacienda o la Seguridad Social. Los empresarios no son unos delincuentes que vacían sus patrimonios antes de pagar a sus empleados. Probablemente acaben de hipotecar su casa y sea los mayores acreedores de su sociedad, subsidiarios eso sí. Sus gastos de personal se hayan vueltos elevadísimos, la edad media de la plantilla ronde los 50, los ratios de rentabilidad de su empresa (si es que los tienen) estén por los suelos, sus clientes hayan huído, sus productos sean obsoletos y no tengan a nadie que quiera reinventar la empresa. No sólo una buena obra, un buen texto, hace buena la representación. Son los actores los que atraen o ponen en fuga al público. De nosotros también depende.
